Huyen,
escapan entre lágrimas,
llevan
las fotos de familia,
una
manta, pan duro,
un
pañuelo para llorar.
Huyen,
escapan entre lágrimas,
allá
queda su patria
las
tumbas de los abuelos,
allá
quedaron su vida
su
casa, su huerta, su palomar.
Huyen,
escapan entre lágrimas,
huyen
con los hijos a cuestas,
el
abuelo viejo y cojo,
la abuela achacosa,
la abuela achacosa,
la
mujer a punto de alumbrar.
Huyen,
escapan entre lágrimas,
la
lóbrega noche entre las rocas y el viento
les
acoge exhaustos.
Duermen
con las tripas vacías
sin
agua y sin pan.
Huyen,
escapan entre lágrimas,
atraviesan
países extraños,
van
caminando por la vía de un tren.
Caminan
y caminan,
da
igual la noche que el día.
Se
derrumba el abuelo cojo,
queda
con la mirada fija
en ese
cielo extranjero.
Se
detiene con desaliento la familia.
Oran,
oran todos ante el abuelo muerto
que
allí queda en tierra extraña
como un
muñeco roto junto a la vía del tren.
Ni
siquiera le pueden enterrar.
Vuelven,
vuelven a caminar entre lágrimas,
la boca
seca, la angustia en la garganta,
con
apenas un hilo de esperanza
de
llegar a una tierra en paz.
Huyen,
escapan entre lágrimas,
el
padre, la madre con tripa,
la
abuela llorosa y el niño
atado a
las espaldas de la madre,
la niña
con los pasitos pequeños
de sus
diminutos pies.
Llegan,
llegan entre lágrimas
a esa
ansiada tierra libre.
Llegan
donde su vida puede prosperar.
Oran
por su llegada. Dan gracias a Dios.
Les
reciben guardias armados,
gente furibunda, insultos,
gente furibunda, insultos,
pedradas
y gases que hacen llorar.
Se
paran frente a una alambrada,
una
alambrada con espinas.
Al otro
lado otra tierra extranjera.
Llegan, llegan y se derrumban.
Ya no
lloran. Ya no pueden llorar.
Ya no
les quedan lágrimas.
Ya no
les queda nada.
Ni
siquiera la esperanza.
(GUERRA EN SIRIA. 2015)
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