Muerto
estabas, amigo, me dijeron,
cuando te busqué en el parque habitual
te
encontré entre otros vagabundos
con
un número en la etiqueta del pie.
Un
muerto mas desconocido en la morgue.
Muerto de esa muerte anónima y solitaria,
esa
muerte de los pobres diablos como tú.
En aquel otoño malo y lluvioso
otros
igual quedaron sin trabajo
sin
porvenir y hasta sin hogar
en
la fila del paro o cobijándose en un portal.
Por
eso te encontraron en un cajero
durmiendo
tu último sueño entre cartones
con
una enigmática sonrisa feliz,
una botella de vino peleón, y un can.
Misterio ante esa visita de la parca silenciosa
que
te descubrió con una colilla apagada en la boca.
Ni tú lo aclaras desde tu inmovilidad horizontal.
Quizá
moriste de ese suicidio lento,
muerte
natural del que ya no espera nada.
Quizá
quisiste romper muros con el puño desnudo
muros
que eran de goma o de cristal, da igual,
muros
de basura translúcida,
muros
silenciosos, helados o tal vez ardientes,
muros
inquebrantables e inamovibles.
Muros interpuestos entre uno y la humanidad
no
cuando se quiere ser pez de pradera
sino
solo un trabajador con dignidad.
De
una parte la opulencia, de la otra la mendicidad.
Por eso te rendiste sin posibilidad de tocar estrellas.
Quizá en tu último sueño con la colilla apagada
y
la botella consumida en tu casa de cartón,
te
permitió saltar a la otra parte y volar.
Dejar
la fila del paro y ser por fin pez en la pradera,
mariposa
en el mar y amante de las estrellas.
Te ha llegado el alba en la morgue
entre
caras rígidas y cerúleas en fila.
Un
rayo de sol ilumina al fin una sonrisa feliz.
Corres con tu can por celestes praderas.
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